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El otoño como una amenaza

Me puse la mar de mona (dentro de mis posibilidades, se entiende). Saqué mis pieles falsas y me atreví con la falda de cuero. Allí estuve taconeando del hemiciclo a la cabina todo el día, que tampoco era jornada para ir plana. No fui la única de tiros largos. Juanma se enceró la cresta y Ketty brillaba, que iba de azabache y plata. A Bárbara no le cabía el collar en el pecho y el flequillo de Laura rozó la perfección en el alisado. Ese día, Usua lució los labios más rojos de la temporada y a nuestras amigas tertulianas les echaron cemento armado en la cara, que tocaba soportar la luz histórica de esos focos históricos de esa sesión histórica. Nunca antes había vivido el Congreso ni ninguno de los presentes una investidura así, tan fallida. Falsa, como mi falda, que tengo que confesar que solo es de plástico bueno.

Cómo olvidar aquellos primeros días de marzo. Era nuestra función de fin de curso. No había papás aplaudiendo, pero estaban allí todos los jefes, que son los que realmente te pueden dejar sin paga. Habíamos estado trabajando dos meses por y para España, de día y de noche, desayunando el café de la máquina de la derecha y merendando todos los dulces de la máquina de la izquierda (también había salado para el aperitivo). Habíamos atravesado decenas de veces el túnel de la gobernabilidad, el que nos conducía a nuestras ojeras y a nosotras por debajo de la Carrera de San Jerónimo a la sala donde se cocían las negociaciones y las no negociaciones para alcanzar un acuerdo a tres que parecía una quimera pero, ay, si lo alcanzan.

Cuando nos aburríamos de nuestros propios argumentos, cuando el cansancio pesaba y el entendimiento empezaba a flaquear, a veces (pocas, pero algunas veces) veíamos como una posibilidad remota a la que asirnos la fantasía de que aquello tenía una final y que nuestros ojos verían una investidura de las de verdad, con presidente del gobierno y ministros y ministras antes de los títulos de crédito.

Hicimos decenas de apuestas contradictorias que perdimos y jamás pagamos y juramos en arameo que no íbamos a subirnos a ningún autobús de ningún partido si se producía la anomalía histórica de repetir elecciones. Yo no voy. Ni yo tampoco. Otra vez no. Ni yo. Y nos tragamos todos nuestros noes y nuestro agotamiento mental y nuestra depresión postnegociación y nos fuimos de nuevo de caravana y nos hicimos fotos cada día con un vestido de flores diferente y con ojeras recriadas sobre los surcos que labramos a conciencia en diciembre y que, a la altura de junio, angelitas nosotras, pensábamos que habían llegado a lo más hondo y lo más negro de lo posible. Lo que nos reíamos cuando a alguien se le nublaba el ánimo y presagiaba que enero y febrero volverían en julio y agosto. Qué poco olfato, mujer, anda ya. Ya no se van a permitir ese lujo. Irá todo más rápido. En semanas lo resuelven, antes del verano, para que a la gente se le olvide todo con la gosadera y las Olimpiadas. Sonríe, que te voy a tuitear, y dame fuego, que en este polideportivo nos dejaron fumar en la anterior campaña. Venga, tonta, pilla una cerveza aunque sea sin, que echaremos de menos hacer historia cuando regresen el tedio, la rutina y la dieta.

Ay. Es 10 de agosto. Antes de partir he hecho un álbum con los mejores momentos de la ingobernabilidad, la de invierno y la de verano. Una parecer frívola, pero tiene su corazoncito. Ay. Mariano Rajoy ha llegado sin corbata a la reunión con Albert Rivera como si fuera Pedro Sánchez en los Goya y anoche caí en la cuenta de que había estado todo el día en el Congreso con un mono playero. Ay. Es que se han roto ya todos los moldes y, sorprendentemente, seguimos teniendo paciencia. Armario tendremos que renovar, que tanto exhibicionismo se paga y foto publicada es ropa amortizada. Lo aprendimos con la corbata roja de las grandes ocasiones de Sánchez. La de su investidura fallida. La de mis pieles falsas. Ay. Es 10 de agosto y ha dicho Mariano Rajoy que hasta el 17 no decide si le pone fecha a la investidura, la nueva que no tiene por qué ser la buena porque ha explicado que, sin el PSOE, nos vamos a las terceras elecciones. Ay. Este frío de agosto en los huesos, como si fuera otra vez febrero, y el otoño ahí, a la vuelta, como una amenaza. Continuará.

 

 

 

 

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