15 de julio. Porrera
Esta noche hay musclada popular en el patio del colegio. Han dispuesto varias hileras de mesas y, a razón de 15 euros por cabeza, hay sangría, mejillones y fideuá para todos. El verano ya es una certeza luminosa en el Priorat. A esta hora, los niños, con la brisa de la anochecida, corretean desperdigados de la plaza al patio del colegio y del patio colegio a la plaza. Distraídos, los padres comen, beben y charlan. “Verás cuando empiece el baile”. Han extendido una bandera oficial de Cataluña en el gimnasio, varios metros de barras amarillas y rojas que dominan el espacio por el que hay que pasar de camino al baño antes de que suene la música.
Hay muchas puertas cerradas en este pequeño pueblo de casas abigarradas y también muchos balcones de los que sí que cuelgan esteladas. La estrella brilla desde lejos sobre el ocre de las fachadas que, en algunos casos, pocos, todavía dan cuenta de un pasado de bonanza. Quedan restos gastados de policromía y estucos de otro tiempo. Frisos, balaustradas y cornisas de hace más de un siglo. Un viejo reloj de sol da la hora en mitad de una cuesta.
Cuando sirven el café, el DJ empieza a tomar posiciones. “Verás mi madre bailando”. En la barra ya se pueden pedir copas y han bajado la intensidad de la luz. El alcalde no se ha movido del sitio, con buenas vistas, que ocupó antes de que el pimentón y alioli lo impregnaran todo. Nadie lo saca a bailar pero sonríe complacido a los vecinos que se retiran a casa con la tripa llena (riquísima y abundante la fideuá) y a quienes se lanzan a la pista improvisada con los primeros compases. “Pero qué marcha tiene tu madre”. La señora y sus amigas lo bailan todo. Miguelito que es feliz en la montaña y que hace mucho tiempo que no sale, Sin Documentos y Labios de Fresa Sabor de Amor. Clásicos. No suena ni una canción en catalán. Ni siquiera, aunque fuera por cumplir, una de Lluis Llach, el vecino ilustre que le canta al viejo Café Antic. En el zaguán de este lugar casi de culto para los lugareños, hay un corcho en el que anuncian un concierto de los Manel en Falset, el pueblo grande de ahí al lado. Será dentro de unos días así que me los voy a perder. Me da rabia, pero echamos un buen rato en la musclada. En esto que llaman Cataluña profunda, amenizan las fiestas como en mi pueblo, que dicen que es Andalucía profunda.
8 de Septiembre. Madrid
Son las fiestas de la Melonera en Matadero. No tenía pensado venir. Había planeado el epílogo del verano en el pueblo, el mío, que hay verbena este fin de semana. No somos nada originales: la cosa también va de melones: les lanzan navajas afiladas a uno, redondo y solitario, que colocan a pies de la verja de la ermita. Tiene más puntería en el pinche quien bebe menos ponche, que es el brebaje oficial para esta fecha señalada. Se mantiene la tradición, cada vez hay más jóvenes interesados en practicar, pero hoy no me he atrevido a dejar Madrid. Nadie la ha decretado, pero desde hace dos días estamos en alerta por secesión. “Y si me voy y se lía. No me voy”. Y aquí estoy. No se ha liado más. La denominada ley de transitoriedad la aprobó el Parlament la madrugada anterior así que me apunto al plan de Matadero, que toca Manel y esta vez no me los pierdo.
“La realidad también es esto”, le comento a un veterano corresponsal catalán que ha venido a verlos. He tuiteado una foto en la que cientos de manos aplauden un improvisado castell que han hecho entre el público mientras los músicos lo dan todo. Cantan ellos en catalán y cantamos nosotros, que tampoco es tan difícil. Hay una enorme pancarta a los pies del escenario en la que se lee “no es no”, pero nada tiene que ver con Pedro Sánchez. Es una campaña contra los abusos sexuales. La política, en principio, no está convocada a esta cita musical pero es imposible no pensar en la política, desencadenados como están el procés y el contraprocés. Desde el miércoles, parpadean las luces rojas del Estado. La luna amarilla ilumina la fiesta castiza y los bocatas de chorizo y de lomo churruscado matan el hambre de las gargantas que a esta hora hacen gorgoritos en Arganzuela, a la orilla del Manzanares, en la lengua de Lluis Companys. “Ai, Dolors, porta’m al ball”. Móviles al viento que hay que grabarla que ésta nos la sabemos. “Sí, en Madrid hemos tocado otras veces y en Sevilla, también, en el Teatro Central. Pero que tenemos tres discos más, ¡no te puedes saber sólo Ai, Dolors!” Y una, que se sabe pillada en falta, va y replica que en realidad las entiende casi todas. “Un, dos, tres, chachachá”, se confiesa para sus adentros, sigue siendo lo que mejor le sale de todas las letras.
11 de septiembre. Mambo en Itaca
Es festiva la tarde en Barcelona. El amarillo fluorescente de las miles de camisetas imprime energía a la marcha del sí. Els Amics de les Arts, que han tenido gira por toda la Costa Brava en verano, toca hoy junto al Orfeó Catalá para la multitud soberanista. Les encandila la historia de ese chico que se largó sin decir nada y que, años después, escribe a sus padres para dar señales de vida y explicarles que anhela ciertas cosas y que a su niña, ya de tres años, le ha enseñado algo de catalán. Si quieren verle, que vayan. “Que l’avisem amb temps però que té llits de sobres”. Hay camas para todos en la Itaca que ha alcanzado el aventurero que, dicho sea de paso, reconoce que eso de desaparecer sin avisar “es marcharse con poco estilo”. Con el tiempo “tot s’anirà posant a lloc”, todo se irá poniendo en su sitio, entonan Els Amics para deleite de la masa emocionada. Hay quien con el nudo en la garganta duda de que pueda dar cuenta del último bocata que ha reservado para este largo día de movilización.
Lo que no ha trascendido es si el presidente Rajoy ha asentido al oír al grupo recitar ante cientos de miles de almas su salmodia de que el tiempo todo lo cura. Habrá que preguntar, pero en las grandes avenidas de este 11-S hay espíritu de más pronto que tarde. El camino ya está hecho. Ése es el mensaje de la campaña de la CUP para el 1-O, una suerte de western a la catalana: paisaje polvoriento de fondo, una furgoneta desventrada que no tira (el procés) y unos desconcertados ciudadanos que la empujan sin llegar a ningún sitio. “Esto no es Itaca”, constatan exhaustos. Se miran los unos a los otros y terminan por lanzar la tartana por el precipicio. Literalmente, a tomar viento. “Ara comença el mambo”, proclaman. Y el pueblo empieza a bailar en lo alto de la cumbre.
Y me da por pensar que yo también quiero bailar. Que quiero que me saquen. Porta’m al ball. Quiero que hablemos cuanto antes sobre el repertorio, que elijamos los temas e intentemos pisarnos lo menos posible. Hay canciones que nos sabemos de sobra. “Votaremos, votaremos”, grita la calle en la gran manifestación. Votar no puede seguir siendo un desafío si, en democracia, es un derecho de todos.