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Hace 20 años, Curro… toreó un lunes

Aquel Domingo de Resurrección de 1992, Curro Romero rompió la tradición y no toreó en la Maestranza. Lo hizo el lunes, el día después de una jornada en la que Zamorano se confirmó como el goleador del Sevilla y de la paliza al Fuengirola de un Betis de Segunda B. Ese lunes, después de un domingo en el que ABC contó que unos 50.000 sevillanos estuvieron en el Real de la Feria adornando sus casetas, el cuadernillo especial de ese periódico anunciaba que, ocho años antes de lo que decía el calendario, Sevilla entraba en el siglo XXI. Era 20 de abril, el primer día de los 176 que duró la Exposición Universal de Sevilla, que marcó la historia colectiva y personal de los sevillanos.

El periodista Javier Caraballo reproducía en la edición de aquel día de Diario 16 una supuesta conversación de Rafael Escudero, ex presidente de la Junta, con su consejero de Turismo, que se habría producido en París en 1982: «Podemos darnos por satisfechos. Hemos logrado la Expo para Sevilla aunque no sepamos muy bien lo que hemos conseguido». Diez años después, se podía comprobar el resultado de aquella gestión. Antes de abrir las puertas a las 9 de la mañana, Manuel J. Florencio repasaba en ABC con detalle la herencia de la Expo: «Nuevo Torneo que es la nueva avenida de la Palmera, seis puentes, Santa Justa, el aeropuerto…», citaba, al tiempo que Juan Cruz sostenía en El País que la muestra arrancaba con la vista puesta en 1993, previa inversión de 200.000 millones de pesetas y las prisas para su puesta a punto. Se cumplió, recordó en su crónica, el vaticinio de Manuel Padro y Colón de Carvajal: «Los pintores se irán por un lado y por otro entrarán los Reyes». Según el dato de Lourdes Lucio en el mismo periódico, eran 18.000 los trabajadores que se afanaban hasta última hora para llegar al estreno y despejar los temores (después de cinco incendios en la Isla de la Cartuja). El objetivo era que el mundo entero se fijase en Sevilla, que esperaba para la jornada inaugural a 50 jefes de estado y de gobierno en el recuperado Monasterio de la Cartuja.

Aquella ciudad anfitriona tenía un alcalde andalucista que se llamaba Alejandro Rojas Marcos, a la duquesa de Alba y a medio Gobierno socialista (¿se acuerdan de José Luis Corcuera?) en el tendido de la Maestranza siguiendo la temporada taurina y a Paco Casero, en el País Vasco, en huelga de hambre debajo del árbol de Guernica. Manuel Chaves, que era presidente de la Junta desde hacía dos años, le daba un jugoso titular  a Diario 16 («Andalucía no está preparada la CE, pero soy optimista») y Javier Arenas, a quien le quedaban dos para aspirar por primera vez a ser presidente de la Junta, expresaba en El Correo sus dudas «sobre el uso del dinero público en la Expo». Antonio Romero (IU) no se andaba con rodeos y llamaba a los diputados del PSOE «cuadrilla de vagos e inútiles» mientras que los lectores se preocupaban por cuestiones menos farragosas. Uno de ellos, en una carta al director de El Correo de Andalucía, lamentaba el tufillo machista del modo en que Canal Sur exhibía las «torneadas piernas de la chica del tiempo, Marga Sánchez«. Y es que ésa era una España en la que se dudaba de las virtudes de la fecundación in vitro (El País informaba ese 20 de abril a cuatro columnas de que sólo prosperaban 19 de cada 100 embarazos por este método) y en la que Manuel Fraga había abierto un debate: refundar el Estado. «Ojo, éste lo refunda y se lo queda», dejó escrito en su columna Manuel Vázquez Montalbán.

La prensa de ese día grande para Sevilla dio para todo: para el desagravio en Diario 16 de Manuel Olivencia (comisario de la Expo durante siete años, que dimitió después) por parte de Manuel Clavero y para el aplauso de Antonio Burgos al Rey porque, sostenía, «fue a él a quien se le ocurrió la Expo en un discurso en Santo Domingo una mañana que estaba inspirado». Felix J. Machuca, por su parte, titulaba su artículo «Zapatero a tus codazos». Ese Zapatero era Virgilio, que entonces el presidente del Gobierno era Felipe González. Para él había comentarios de todo tipo: el editorial de Diario 16 le recordaba, por ejemplo, que con la Expo había jugado «por encima de sus posibilidades y de las nuestras». Era, subrayaba el desaparecido rotativo, un «fuerte envite»

Ese lunes, El Correo de Andalucía anunciaba que en Sevilla se abría el «gran telón universal» con el estreno de La Gallarda de Rafael Alberti en el flamante Teatro Central. Ana Belén era la estrella en esa obra, preludio de cientos y cientos de espectáculos, pasacalles, conciertos y representaciones en una ciudad que ya llevaba meses entrenándose en el arte de hacer colas con las visitas de los avances de las obras en la Isla de la Cartuja y que, desde las 9 de la mañana de tal día como hoy hace 20 años, se entregó a la causa de no dejar pasar aquella oportunidad de hacer historia conmemorando la historia, 500 años después del descubrimiento de América.

Era el día 1 de 176 en los que Sevilla iba a ser una fiesta, encantada de lucir la vestimenta que le habían hecho a medida, limpia, moderna y universal; orgullosa, después de tantas dudas y críticas, de exhibir su perfil más cosmopolita. Y también el más tradicional. En cada barrio de esa Sevilla había una sala de cine (Fantasio, Delicias, Rialto, Florida, Azul, Corona, Cristina o Regina, nombres que hoy sólo son argumentos para la nostalgia), los callejones del centro conservaban aún la cera de la recién clausurada Semana Santa, Los Morancos actuaban en el Teatro Imperial de la calle Sierpes y Curro Romero toreaba en la Maestranza. En lunes, a la misma hora en que en la otra orilla del río cosechaba aplausos esa mascota de nariz enorme y multicolor que le había usurpado el nombre, para mofa del respetable.

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