Llevaba un maletín de cartón y una chaqueta negra hecha con bolsas de basura. El primer Judas que recuerdo fue Mario Conde, ese banquero hoy rehabilitado por las pseudotertulias pseudopolíticas de las pseudoteles. Lo colgaron en los cables de la luz de la esquina de mi calle, con sonrisa altiva y bien repeinado. Todo el vecindario admiró encantado el considerable parecido del fantoche con ese personaje de la tele que de la noche a la mañana pasó de la ejemplaridad a maldito traidor, como Judas. (“¡Con la entrevista que le hizo Julia Otero!”, comentaban los lugareños). A las doce de aquel día de hace años, los niños, armados con largas varas, lo abatieron a palos entre risas, destrozando al icono de la cultura del pelotazo ante los ojos divertidos y satisfechos de sus padres. Mi abuela, creo recordar, quiso indultarlo por guapo. Ella siempre fue carne de gomina.
No refiero el caso por excepcional, que eso de condenar en la plaza pública, con más o menos saña, forma parte de nuestra cultura más arraigada. ¿Qué pueblo de España no se erige en improvisado tribunal popular en alguna época del año? En el mío, la costumbre marca que el día elegido es el Domingo de Resurrección, convertido en un festín pagano en el que, por mucho que la Iglesia diga que es una jornada para celebrar la vida, no hay redención posible. El muñeco de trapo o cartón, el Judas, acaba en el suelo desventrado, con un ojo a la virulé y los brazos recolgando, hecho un auténtico cristo, que dirían las viejas del lugar. Mario Conde fue reducido a pedazos sobre el alquitrán de mi calle hasta que la más hacendosa del barrio tuvo a bien coger la escoba y darle sepultura deshonrosa en el contenedor más cercano (que nunca estuvo cerca, todo quede dicho).
Estos usos populares, claro está, no saben ni de equidistancias ni equilibrios. Cada grupo apalea a quien peor les cae o, simplemente, a aquel que les es más fácil de representar en función de las habilidades en pretecnología, que hay algunos a quien es difícil pillarles el gesto y aquí nadie es maestro fallero. Es un ejercicio de libre interpretación de la realidad y, por encima de todo, se trata de un desahogo. Comulgar con familiares y amigos a través de la risa purificadora, a veces de la carcajada más ingenua e inofensiva. Una suerte de reafirmación colectiva a costa del escarnio del considerado culpable. Ni más ni menos que lo que hacemos a diario en las redes sociales, admitámoslo.
Salvo excepciones felices coincidiendo con el día mundial de algo o el premiado ilustre de turno, los Trending Topic más celebrados son los Judas de cada día. Si la cosa se pone vírica, pueden recibir matarile desde los puntos más remotos del planeta virtual. Me queda mucho para ser expertóloga (sí, sigo teniendo pendiente el curso de community manager) pero me atreveré a afirmar que, si descontamos a cafres y tarados (que de todo hay que en la aldea global), detrás del tecleo compulsivo de muchos de los usuarios de las redes sociales está esa cultura protestona y crítica, a veces criticona, que llevamos en nuestro genoma ciudadano. Y, qué queréis que os diga, tampoco me parece tan malo. ¿No es sano que cada uno diga lo que quiera en el momento que cree conveniente? ¿En serio creéis que es perjudicial esa tendencia natural de nuestros pueblos a valerse del humor como arma de protección masiva frente a nuestras miserias? Ahora que hay quienes se hacen cruces por la falta de liderazgos sólidos para afrontar la crisis, cada vez estoy más convencida de que inevitablemente tendrá que ser la gente, con su libre albedrío, con sus gustos, sus cabreos, sus intereses y sus manías, la que marque la pauta.
Líbrennos los dioses resucitados de salvapatrias, de cirujanos de hierro y de intérpretes absolutos de las grandes verdades. Líbrennos los dioses resucitados de que cada cual se tome la justicia por la mano, de los escraches a representantes públicos por el mero hecho de serlo y de las lapidaciones colectivas dirigidas por intereses políticos, mediáticos o económicos (que a menudo confluyen, por cierto). Pero dejen que la gente hable sin tapujos, que salga a la calle a gritar, que ridiculice a quienes considere ridículos y que ponga a caldo a los Judas que le traicionaron. Solo de la gente, de esa masa que tiene que nombres y apellidos y vive la historia a través de su pequeña historia en una esquina insignificante de un pueblo escondido, solo de la gente podrá salir lo mejor que nos tenga que pasar.
terrible complejo de inferioridad , al menos conoce por que fue encarcelado Mario Conde
Un regalito de parte de las treintañeras: http://ellastienentreintaytantos.blogspot.com.es/2013/05/mil-gracias-mil-hasta-el-infinito-y-mas.html
Saludos