Archivo mensual: noviembre 2012

Sin cinturón de seguridad

Hubo un tiempo en el que, pese a que la DGT ya que se había puesto pesada con el tema, viajaba en el asiento trasero de un coche sin cinturón de seguridad. Mi acompañante se negaba a ponérselo por pura rebeldía y yo, que le advertí alguna vez de lo suicida de su comportamiento, terminé por seguirle en ese hábito, atormentada con la idea de que llegase el día en que tuviese que asistir inmóvil al espectáculo dantesco de verle partirse el cráneo desde mi posición inmóvil, firme y segura. Así me lo figuraba yo, muy dada a la figuración.  

Saco a relucir esta neura porque un señor agente con más vocación de terapeuta que de ponemultas me dijo hace poco que el cinturón de seguridad era el que me había librado minutos antes fracturarme unos cuantos huesos y males mayores. Y lo saco a relucir porque he tropezado este fin de semana (sí, voy de chocazo en chocazo) con una iniciativa parlamentaria del Grupo Popular en el Congreso en la que defienden que, para descongestionar las carreteras convencionales, ganar tiempo y, por tanto, dinamizar la economía, se permita correr más en las autopistas de peaje. La idea la promueve un diputado víctima de la carretera que sostiene que las de pago son vías mejor acondicionadas para correr más, reduciéndose así los riesgos de accidente. No lo dice pero, de paso, las empresas concesionarias harían caja, ahora que la gente mira más que nunca lo de los euros y prefiere atravesar pueblos y más pueblos antes que abonar el peaje de la Sevilla-Cádiz (que tiene algún que otro bache, por cierto). Pero bueno, que los socavones locales no nos impidan ver el bosque: el debate que se plantea es reducir los límites para que sea el conductor el que libremente decida hasta qué punto se la juega pisando el acelerador y, como consecuencia, hasta qué punto pone en juego las vidas de otros que pasaban por allí.

Saldrán expertos en seguridad vial que digan si la teoría de este señor tiene fundamento pero, al margen de los aspectos técnicos, se antoja como una réplica más del binomio que es tendencia de los últimos tiempos: recaudación-desprotección. El “que quienes puedan pagar más vayan más rápido por carreteras buenas” se ha sumado este fin de semana al “quienes puedan pagar más tendrán acceso a la justicia” de días anteriores o al principio ya testado de que “quienes puedan pagar más serán asistidos en mejores hospitales”.

Y el mensaje cala en el sufrido contribuyente, hecho a que en la nómina (si aún es afortunado por tenerla) le quiten un porcentaje que a veces incluso olvida que, en origen, era suyo y empezando a acostumbrarse también a esperar meses a la devolución de la declaración de la renta. El mensaje cala porque, si eres de los que todavía trabajas y mantienes un nivel de vida aceptable, no quieres quedarte fuera de un sistema al que se le está dando la vuelva como un calcetín delante de tus perplejos ojos pero al que, piensas, inevitablemente tendrás que adaptarte para sobrevivir.

Por eso, aunque despotricas a la hora del Telediario y mientras lees el periódico, sales a la calle con una idea rondando por tu cabeza atribulada: las carreteras de pago son más rápidas y más seguras. Y otra frase por ahí, de fondo, dando vueltas: el Rey se ha operado la cadera en “un buen taller”. Todo hace presuponer, claro está, que hay talleres menos buenos a los que, qué quieres que te diga, que vaya el que no pueda permitírselo pero tú, y tuyos, mientras podáis, sí. “La privada está ya como la pública”, me comentaba el otro día una conversa a la pediatría de pago, después de horas en la cola del médico a cuenta de los mocos de la niña. Entre factura y factura, casi que había fantaseado con alfombras rojas y música de cornetas esperándola por acceder a ese club de asistencia a privilegiados. ¿Y qué me dicen del conductor frustrado porque no puede sacar rendimiento al supermotor de su supercoche? Ése lleva dos días viéndose pisar el acelerador con alegría por esas carreteras de dios (perdón, de Aumar).

De fondo late un preocupante desprestigio y descrédito de lo público que es la inevitable antesala de su deterioro y, en esa dinámica perversa, de su desmantelamiento. Una voladura más o menos controlada, dependiendo de la habilidad de quienes estén en el puesto de mando.

Digo yo que serán mis cervicales las causantes de este vértigo, de esta sensación parecida a la de circular entre cientos de coches a mucha velocidad mientras alguien se mete en tu coche y te quita el cinturón de seguridad. El delantero y el trasero. Y que te la suerte te acompañe.

 

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